ENTREVISTA: Cristina Suárez Pola, Photovintage Studios
«Me parece imprescindible asumir la responsabilidad que supone mirar a alguien que se expone a mi criterio. Ese compromiso de observar desde el amor se crea en el momento en que alguien deposita en mí
la enorme confianza para mirarlo».
Cristina, ¿cómo inicias tu camino en la fotografía?
Llegué a la Escuela de Artes después de pasar siete años en la Facultad de Filosofía, que era mi otra gran pasión.
Cuando me llevaron al laboratorio fotográfico y pude ver por primera vez cómo se revelaba esa imagen de la nada, lo tuve claro.
De niños todos observamos el mundo en secreto, pero aquella herramienta me daba la oportunidad de compartirlo y darle un sentido. Desde entonces, me atrapó.
¿Cómo ha cambiado tu mirada desde tus inicios hasta ahora?
Al comienzo estaba centrada en que los retratos parecieran realmente antiguos. Me encantan esas fotografías y centré toda mi energía en investigar, aprender y desarrollar la técnica de iluminación que se utilizaba en los estudios de cine del Hollywood clásico y que se popularizó en la fotografía comercial en las décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta… Como además la caracterización nunca fue para mí un disfraz, más bien era un préstamo que hacía de mi propia ropa, me era muy fácil aplicar el look vintage según la década elegida. Estaba fascinada por esa estética y me esforcé mucho por replicarla con herramientas muy difíciles de encontrar.
Pero, conforme fue pasando el tiempo, empecé a fijarme cada vez más en el efecto que la experiencia del retrato tenía en las personas. Todo cobraba sentido, y no solo el resultado. Creo que es gracias al espacio de confianza que se abre durante el ritual de preparar a alguien, maquillar, peinar, vestir…, para mí es un proceso de cuidar y compartir sin juzgar. No hay visitas observando, ni ayudantes, solo estamos la persona que retrato y yo. La presión se diluye en un juego y esto afecta totalmente al resultado. Nos permite conocernos con amabilidad y sin prisas. Así las historias de vida salen solas a la luz, las confidencias, las risas. Crear mi propio sistema de retrato tiene más valor y más sentido para mí ahora que cualquier otra cosa. Disfrutar de un tiempo de calidad con alguien me da alegría y me permite aprender y ver el mundo a través de otros ojos. Observar cómo esa persona florece simplemente me hace feliz.
¿Cuál crees que es el secreto detrás de un buen retrato?
Para mí retratar significa mirar bien, cuidar, crear una relación con esa persona, y mi conciencia me dice que antes debo conocerla y además debo pedir permiso para mirar. Presentarle mi mundo, el espacio y las circunstancias en las que la voy a retratar, incluido mi carácter. Nadie llega presentándose como una gran estrella de cine, sino, más bien, expresando su inseguridad. Somos seres vulnerables.
Me parece imprescindible asumir la responsabilidad que supone mirar a alguien que se expone a mi criterio. Ese compromiso de mirar desde el amor se crea en el momento en que alguien deposita en mí la enorme confianza para mirarlo.
A menudo, las personas que retrato relatan cómo les ha supuesto un impulso para tomar decisiones que antes no se atrevían a tomar o que pensaban que no se merecían. Que el día de mañana, al ver sus fotografías, podrán sentirse orgullosas de quiénes son o de que han creado un recuerdo importante para alguien que quieren de verdad.
Todo esto es lo que da sentido a mi trabajo y de lo que me siento más orgullosa.
¿Qué buscas reflejar a la hora de retratar?
Suelo decir que yo no retrato vestidos bonitos ni peinados, yo retrato personas.
Pienso que en realidad mi trabajo «consiste en abrir la boca, meter la mano y sacar a la luz». Considero que esta suerte de belleza se crea cuando vemos «verdad», cuando existe una relación auténtica entre lo que se muestra en el exterior y lo que somos por dentro. Por este motivo siempre pido permiso para mirar y la única promesa que puedo hacer es que voy a mirar bien, mirar esperando que «lo mejor» se manifieste. Solo hay que crear ese espacio, y es un proceso hermoso (y a veces muy largo) que me encanta.
Lo que ocurre cuando le das a alguien la oportunidad para percibirse de una forma positiva suele ser sorprendente y muy alejado de la frivolidad. Normalmente, pensamos que las fotografías de nosotras mismas se relacionan directamente con un exceso de vanidad o cualquiera de las afecciones que nuestra sociedad arroja sobre la imagen de la mujer. Pero lo cierto es que compruebo a diario cómo responden más bien a procesos de autodescubrimiento que nos manifiestan gran vulnerabilidad.
En el transcurso de la sesión, la elección del vestuario y el diseño de la estética que vamos a utilizar, salen a la luz cuestiones tales cómo quién nos gustaría ser, cómo queremos mostrarnos ante el mundo, como no nos gustaría hacerlo, cómo nos han dicho que deberíamos parecer, la relación con nuestros cuerpos, las decisiones que llegamos a tomar en base a eso, cómo nos afecta el paso del tiempo para dejar o no de mostrarnos…
«Retratarse es un acto de autorreconocimiento. Implica dejar constancia de quienes somos creando nuestro propio legado».
¿Cómo describirías tu estilo?
Considero que mis retratos tienen un carácter humanista. Creo firmemente que la forma de mirar a alguien puede ser transformadora y mi gran obsesión a la hora de retratar es mirar con ojos de alguien que todavía cree en una suerte de belleza platónica. A día de hoy, es de las pocas cosas que me reconcilian con la humanidad.
Me sirvo de la estética del glamour vintage porque siempre me ha fascinado. Está presente en mi vida desde que tengo uso de razón y creo que aporta fuerza y carácter. Considero que se trata de un tipo de belleza que favorece a todas las personas, aunque no deja de ser una herramienta de la que servirme para mirar el mundo, un lugar común que me une rápidamente a la persona que voy retratar.
Disfruto enormemente al compartir «mis juguetes»: vestidos antiguos, tocados, guantes, zapatos…, una colección de objetos que pertenecen a otro tiempo y que nos dan la oportunidad de experimentar, imaginar, proyectar cualidades que podemos fácilmente dejar salir cuando la mirada que nos juzga es amable.
¿Qué tipo de equipo y técnicas usas actualmente para tu trabajo? ¿Tienes algún gran proyecto en marcha que te gustaría compartir con nosotros?
A día de hoy he conseguido maridar lo que más me gusta del mundo analógico con el digital sin arruinarme. Básicamente, adapto objetivos analógicos con mi cámara digital, porque tienen una calidad diferente y porque son herencia de mi viejo equipo. Pero en lo que he puesto más empeño y dedicación, ha sido en la iluminación de época, ya que son técnicas en desuso y las lámparas de tungsteno son cada vez más difíciles de conseguir. Llevo prácticamente toda la vida trabajando con transformadores de corriente americanos, cambiando bombillas al rojo vivo y otras incomodidades impensables para los tiempos que corren, pero que me dan muchas alegrías. Por no hablar de la belleza con la que estos cacharros fueron concebidos y de la increíble calidad de su luz. El led nunca podrá sustituir esto, aunque sea más barato y cómodo. Para mí, es lo mismo que ocurre con la música en vinilo y en CD. La textura, calidez y densidad de un disco nunca será comparable a las notas anodinas, frías y perfectas del registro digital. Supongo que nacer en una era analógica te marca en la forma de apreciar las herramientas. Mi proyecto en ciernes es retomar el revelado analógico y sacar de nuevo al mundo mi vieja Hasselblad del 57. Estoy montando el laboratorio fotográfico en casa, que pronto volverá a impregnarse de ese olor químico que me encanta.
¿Cómo es tu espacio de trabajo, cómo organizas tu estudio?
Mi espacio es un pequeño estudio privado que voy transformando con mis manos y en el que he creado mi propio espacio glamour al estilo Harcourt.
Me encanta reciclar y transformar tesoros de las basuras, muebles antiguos y objetos que llevo coleccionando desde siempre. Yo misma voy haciendo los decorados, tengo un camerino antiguo con sus lámparas de flecos rosas, su tocador de luces y muuuuchos detalles dorados. Adoro la filosofía del háztelo tú mismo porque me permite aprender y crear para ofrecer algo único a las personas que vienen a verme. Y, sobre todo, porque me encanta hacerlo, creo que esto es una de las premisas principales para ser feliz con tu trabajo.
Todos tenemos referentes artísticos que nos inspiran. ¿Cuáles son los tuyos?
Supongo que la mayoría de mis referentes culturales vienen de un mundo analógico donde disfrutar de las cosas sencillas como aburrirse, bailar, escuchar discos, tener conversaciones largas y comer cosas ricas no era un lujo ni un estilo de vida.
Pues no acabaríamos nunca, porque tantos artistas increíbles han ocurrido ya…, pero, bueno, me encantan los clásicos. Algunos de mis favoritos de retrato glamour son Steichen, Ruth Harriet Louise, George Hurrell, Alfred Cheney Johnston; de fotografía en general siempre me he conectado con el trabajo de Friedlander, Robert Frank, Margaret Bourke-White, Joseph Sterling, Diane Arbus, Sally Mann, William Claxton, Sarah Moon, Paul Outerbridge…, no se acabaría nunca. El art déco, Tamara de Lempicka, el expresionismo abstracto, las portadas del pulp, el cine de serie B, Philiph Marlowe, la fotógrafa de Bettie Page, Bunny Yeager…, la cultura retro americana en general.