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El poemario «Callaba la tierra» es un árbol genealógico y entre sus ramas se va contando una historia que susurra palabras al viento.
Genealogía familiar y herbario de todos cuantos elementos nos rodean, tierra, aire, también ceniza, amapola, romero, hogueras o mediodía. Aridez y frondosidad, contraste y frescura, raíces, tradición, casas y recuerdos cuya emoción nos invade con su cercanía, con estas manos que describen una melodía conocida e intacta en la memoria que, a golpe de paso, invade parques y calles, señas de identidad y liturgia del pasado que nos envuelve. “Las uñas defensoras, domadas y limadas” aquí crecen y se alargan hasta rasgar la página y atravesarnos con su lectura. Y sin embargo, los versos nos acarician también como esas manos, que, pese a los cigarros y las lágrimas, nos rozan dulce y suave. Extienden sus alas los árboles, las manos de las vides de esta ofrenda de palabras se abren de un modo íntimo para narrar el relato de una vida y su sentir. Aquí la semilla del olvido florece, nunca se marchita. Callaba la tierra, susurraba palabras el viento.
Ana Vega